Pero a lo que íbamos, esos anglosajones cruzaron el Atlántico, mucho después de que lo hicieran los marinos de Huelva en las postrimerías del siglo XV, y se asentaron en las costas orientales de la parte norte del continente americano. Fueron colonizando la zona, al tiempo que realizaban un extermino sistemático de las poblaciones autóctonas con el propósito, entre otros, de no dejar a nadie vivo para poder criticar la masacre y señalar los puntos negros de sus colonización, aunque escribieron una novela de significativo título «El último mohicano». Eran gente puritana en exceso, incapaces de aceptar que otros defendieran posiciones que ellos consideraban heterodoxas, como nuestra Inquisición. Por ejemplo, mandaban a la hoguera a mujeres acusadas de brujería. El caso más llamativo es el que se vivió en la ciudad de Salem a finales del siglo XVII. Esos primitivos colonos, como buenos hijos de la Gran Bretaña, quedaron bajo el dominio político de dicha nación durante cerca de doscientos años, hasta que, bien avanzado el siglo XVIII, decidieron caminar por su cuenta y se independizaron. Una vez independientes se lanzaron a la ocupación de amplios territorios en dirección oeste. Lo que ellos llamaron el far west. Nos han contado sobre ello tantas películas que resulta complicado ponerle número, pero -salvo alguna excepción- en la inmensa mayoría de ellas se repetía el esquema: los habitantes autóctonos del territorio -los indios- eran gente bárbara, malvada, traicionera, aficionada a la bebida y cruel. ¡Ay del colonizador anglosajón o de la colonizadora anglosajona que cayera en sus garras! Los anglosajones los exterminaron como a la mala hierba. Vamos que su exterminio fue un favor inmenso a la humanidad. Hicieron lo mismo que sus puritanos antepasados, cuando dependían de la Gran Bretaña, hicieron con las poblaciones autóctonas de la costa este.

Con un territorio rico, dotado de ingentes recursos naturales, con una inmigración que los anglosajones se encargaron -no me refiero a los esclavos- de clasificar por categorías raciales construyeron una sociedad próspera en la que los anglosajones ocupaban la cúspide de la pirámide social. Los demás eran detestables católicos irlandeses, sucios chicanos, mafiosos italianos o despreciables hispanos -el estereotipo aparece una y otra vez en las películas de la factoría de Hollywood-, entre los que los anglosajones, blancos y protestantes, lo que llaman WASP (White-Anglo-Saxon-Protestant) ponen cordura y buenas formas.

Les bastó tiempo para bautizar, en términos económicos, a varios de estos países como pigs (cerdos) cuando apuntaron los primeros síntomas de la actual crisis -entre otros la multimillonaria estafa de la anglosajona Lehman Brothers-, ahora dan una lamentable y sesgada información sobre la situación socioeconómica de España. Son eso… anglosajones.

(Publicada en ABC Córdoba el 3 de octubre de 2012 en esta dirección)

 

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