La crisis que se inició en 2008 con las llamadas hipotecas basura, la de Lehman Brothers, fue una crisis financiera que arrastró a numerosas entidades de crédito, mal gestionadas. Aquella fue una crisis bancaria que acabó con una especie de fiesta donde se cometieron numerosas fechorías, como endilgar las llamadas obligaciones preferentes a clientes, sin suficiente formación financiera, pero que tenían confianza en las personas que prestaban servicio en las oficinas porque existía una relación personal.

En aquella crisis se volatilizaron cientos de millones de euros, muchos pertenecientes a pequeños ahorradores y dejaron a algunas entidades al borde de la insolvencia. Los Estados tuvieron que acudir a su rescate, gastando una millonada para evitar su quiebra.

Poco a poco, el sistema financiero se rehízo y salió del atolladero, adoptando medidas drásticas.

Vino el cierre de sucursales -algo que ha dejado a muchas localidades pequeñas sin una entidad bancaria, un problema en sí, con el añadido de que, por lo general, en esas localidades la población es mayor -y la jubilación anticipada o el despido de buena parte de su personal. Esa reestructuración no recuperó la confianza que se había quebrado y, por si no era suficiente, las nuevas formas han caminado en otra dirección.

En las oficinas bancarias, por imperativo de sus centros de decisión -los directores de oficina tienen hoy un escaso margen de maniobra y una mínima capacidad resolutiva- se han establecido estrictos horarios para realizar las operaciones. Unas horas determinadas para los cobros y otras para los pagos. Se limita el horario para sacar dinero.

Operar en un banco está lleno de dificultades y a ellas se suma un problema aún mayor, derivado de la progresiva digitalización de nuestro mundo. Las cartillas han quedado obsoletas y se han impuesto las tarjetas y los cajeros automáticos. Es allí donde hay que sacar el dinero y también hacer los ingresos, si no alcanzan una cantidad determinada que, por lo general, está por encima de las operaciones que necesita hacer una parte importante de la clientela.

Se han impuesto numerosas restricciones para poder gestionar con nuestro propio dinero y se hace necesario disponer de medios y conocimientos que no están al alcance de todos, sobre todo entre las personas de más edad. Muchos millones de españoles, buena parte de los más mayores, no tienen capacidad operativa en la nueva banca. No saben operar en la banca online y tienen dificultades para manejar los cajeros, incluido el hecho de que el tiempo de que se dispone para realizar una operación es limitado y, en muchas ocasiones, lo realizado con grandes dificultades, no se culmina. Con la pandemia se ha limitado el número de personas presentes en las oficinas dándose espectáculos bochornosos: largas colas bajo la lluvia o bajo un sol inclemente, aguardando a poder entrar, simplemente para poder cobrar su pensión.

A unas entidades que fueron rescatadas con el dinero de todos no se les puede tolerar esta situación. Blasonan sus dirigentes, que cobran sueldos escandalosos, de beneficios multimillonarios. Beneficios de exprimirnos con comisiones y a costa del mal servicio que prestan. Ha de ponerse fin a una situación tan detestable que ha llevado a muchas personas a no poder manejarse y a sentirse impotentes.

(Publicada en ABC Córdoba el 4 de febrero de 2022 en esta dirección)

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