En el tardofranquismo, la editorial Alfaguara publicó una historia de España, en siete volúmenes, que se convirtió en obra de referencia de toda una generación. Aquella obra en la que participaron, entre otros, Domínguez Ortiz, García de Cortázar, Gonzalo Anes o Ramón Tamames, planteaba el estudio de la historia desde nuevas perspectivas. Se daba importancia a la economía, se estudiaba la situación social o se daba mayor realce a la demografía, mientras decaía el interés por la historia política que hasta entonces había sido el centro de atención, aunque no se abandonaba. Uno de los dos volúmenes dedicados al siglo XIX fue elaborado por Miguel Artola y se titulaba “La burguesía revolucionaria”. Abarcaba desde la crisis del Antiguo Régimen hasta el momento en que Cánovas del Castillo protagonizaba la Restauración. Eran los años del reinado de Fernando VII, las décadas de la monarquía isabelina y los agitados años del Sexenio Revolucionario. Era la España que transitaba entre 1808 y 1874.

La burguesía, como clase social, agitó la vida política de aquel tiempo. Buscaba el poder que hasta entonces había estado en manos del monarca que lo ejercía de forma absoluta, mientras el prestigio social lo daban los blasones de la aristocracia o la influencia estaba en manos del clero. La gran burguesía, que controlaba importantes resortes del poder económico, buscó hacerse con el poder político, mediante la configuración de un nuevo Estado que conocemos como liberal y cuyo pilar fundamental era la Constitución. Ese Estado limitaba el poder de la monarquía, establecía la separación de poderes, defendía la soberanía nacional que, expresada en las urnas por un sistema censitario, se ejercía mediante representantes que configuraban Asambleas, Cámaras o Congresos. Desplazó a la nobleza y al clero, como eje de la sociedad, al romper las fórmulas estamentales e implantar la sociedad de clases donde las diferencias quedaban establecidas por el poder económico. La lucha hasta alcanzar sus objetivos no fue fácil. Utilizando como principal fuerza de choque a sectores sociales emergentes en la nueva sociedad -pequeña y mediana burguesía, clases medias- protagonizaron varios ciclos revolucionarios con manifestaciones, barricadas y enfrentamientos, muchas veces sangrientos, hasta conseguirlo.

Una vez asentada en el poder, se impuso el conservadurismo. Esa burguesía conservadora ha llegado hasta nuestros días en que vemos que vuelve a agitarse. No es casual lo que ocurre en la Francia de Emmanuel Macron y Marine Le Pen y el fenómeno de los chalecos amarillos, al menos en su origen, promovido por unas clases medias que se empobrecen y pierden calidad de vida. Ha tenido mucho que ver con el resultado del brexit, que ha conseguido una importante cosecha de votos entre granjeros conservadores y las clases medias del mundo rural. No ha sido ajeno el mundo conservador estadounidense, la llamada América Profunda, a la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca. También la irrupción de VOX en la política española podría situarse, aunque no exclusivamente, en la misma órbita.

La pequeña y mediana burguesía o si quieren las clases medias -fuerza de choque de las revoluciones liberales decimonónicas- vuelve a agitarse, como cuando fue, en palabras de Artola, “burguesía revolucionaria”. Se enfrenta a un Estado cuya carga fiscal alcanza niveles opresivos para desarrollar políticas que no acaban de entender.

¿Se está rompiendo el esquema cristalizado desde finales del siglo XIX y vigente en el XX de que las revoluciones y la agitación callejera eran cosa del proletariado?

(Publicada en ABC Córdoba el 30 de enero de 2019 en esta dirección)

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