Algunos de los lectores me han preguntado por Corto Maltés, el nombre con que han rotulado la calle que estaba dedicada al escritor de José María Pemán. Señalaba días atrás en una columna que su vinculación con la Córdoba era fruto de un extraordinario prodigio imaginativo, sin hacer ninguna otra referencia. Muchos de ustedes recordarán el nombre de sus lecturas infantiles o juveniles. Era el de un marino cuyas aventuras salían de la pluma de Hugo Pratt, un escritor y guionista italiano, allá por los años setenta del siglo pasado. Corto Maltés vivía extraordinarias aventuras, presentadas en forma de tebeo y creadas por la imaginación de su autor, lo que no era obstáculo para que en ellas aparecieran personajes reales, como era el caso del famoso piloto Manfred von Richthofen, conocido como el Barón Rojo, y que era el as de la aviación alemana durante la Primera Guerra Mundial o el escritor Hermann Hesse. Lo mismo que le ocurría a nuestro Capitán Trueno que, en sus prodigiosas aventuras, conocía a Saladino o a Ricardo Corazón de León. En España se publicaron algunas de sus aventuras en la revista Totem y más tarde adquirió los derechos la editorial Norma, dedicada fundamentalmente a la publicación de cómics. Estas transcurrían a lo largo de la segunda y tercera décadas del siglo XX y -también como las del Capitán Trueno- tenían lugar en los sitios más dispares, Siberia, Venecia, las Islas Británicas, Samarcanda, Etiopía, Argentina, Japón, Afganistán o Mongolia. Ninguna de ellas en España.

Según la biografía creada por Hugo Pratt, Corto Maltés había nacido en La Valetta, la capital de Malta. Eso explicaba su nombre. Su madre era una gitana de Sevilla -los ecos de la  Carmen de Merimée resuenan con fuerza-, a la que se conocía con el nombre de la Niña de Gibraltar, por su relación con el contrabando que se ejercía desde la colonia británica, pese a la expresa prohibición de comerciar que se establecía en el tratado de Utrecht. Esa vinculación con el Peñón será la que permita la Niña de Gibraltar conocer a su padre, que era un marino inglés. Gracias a la paternidad, Corto Maltés tenía ciudadanía británica, no por haber nacido en La Valetta, siendo Malta por aquellas fechas parte del imperio británico. Los ingleses en esto de la nacionalidad han sido muy suyos y siempre consideraron que poseer un pasaporte de su país era una verdadera joya, algo que hoy ha perdido la importancia que tenía en el siglo XIX y gran parte del siglo XX, hasta que tuvieron la idea de formar parte de la Unión Europea, de lo que algo más de la mitad, según los resultados de un referéndum, se ha arrepentido.

Corto Maltés pasará parte de su infancia en Córdoba, donde sería instruido en el conocimiento de la cábala -a finales del siglo XIX las ciencias ocultas vivían un notable auge, tras la crisis que supuso para ellas el que nos alumbrásemos sólo con la luz de la razón de los ilustrados dieciochescos- por un rabino local llamado Ezra Toledano. Nunca volvería a Córdoba, ya que tras su ciclo de increíbles aventuras pasaría una tranquila vejez en Sidney. Aunque hay una versión donde se señala que luchó en la Guerra Civil española en el bando republicano, al alistarse en las Brigadas Internacionales. Quizá, luchara en el frente de Pozoblanco o en el de Espejo. Pura ficción.

Hoy tiene una calle en Córdoba, la que llevaba el nombre de José María Pemán.

(Publicada en ABC Córdoba el 17 de agosto de 2019 en esta dirección)

Imagen: Flickr

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