El milenarismo ha tenido siempre sus seguidores. Los había en el año mil, cuando se extendió la creencia -muchos medievalistas sostienen hoy que mucho menos de lo que la historiografía tradicional ha venido afirmando- de que el final del mundo, el apocalipsis, se produciría en aquella fecha: el año mil de la era cristiana. Sin embargo, gran parte del mundo se regía por un cómputo del tiempo diferente. Era el caso de los judíos o de los musulmanes, que en su medida del tiempo se encontraban muy lejos de esa fecha milenaria. Hasta en la propia península Ibérica había mucha gente entre los cristianos que no vivía en el año mil, al regirse por la llamada era hispánica. Se iniciaba treinta y ocho años antes de la cristiana porque su cómputo comenzaba a partir del 716 de la fundación de Roma. Es decir, quienes se guiaban por esa era se encontraban en el año 962 cuando se cumplían los mil años de la era cristiana. La era hispánica no fue abolida hasta bien entrado el siglo XIV, aunque en los condados catalanes -nunca reino como algunos pretenden, desbarrando-, se abolió a finales de siglo XI en un concilio celebrado en Tarragona, al considerar los clérigos que era inadecuado no contar a partir del nacimiento de Jesucristo.

También en el año 2000 existió el milenarismo. Algunos, no muchos, se confesaban milenaristas. Pero eran más quienes esperaban que se produjera algún tipo de suceso de carácter extraordinario. Hubo quien especuló con una especie de colapso digital. En una sociedad como la nuestra, hubiera sido un fenómeno apocalíptico. Otros esperaban, dio pie a algunas creaciones literarias, que el apocalipsis llegaría en el 2012, no porque hiciera ochocientos años de la batalla de las Navas de Tolosa, sino porque había interpretaciones que situaban en esa fecha el fin del mundo, según deducían el llamado calendario maya. Sería el apocalipsis maya.

Estamos ante un nuevo apocalipsis, de dimensiones más reducidas, pero definitivo para el caso de España. Francesc Homs acaba de anunciar, en vísperas de ser juzgado por el Tribunal Supremo, que si hay condenas será el fin del Estado español. Será el apocalipsis, si el Supremo condena a Homs.

A lo largo de eso que llaman el prusés han salido por su boca verdaderas sandeces, pero ninguna como esta. Una sentencia condenatoria del Supremo -nada ocurriría si saliera bien parado de su encuentro con la justicia, derivado de saltarse la ley a la torera- significará el final de quinientos años de historia. Lo que no consiguió la terrible crisis de la monarquía hispánica en 1640, año al que el Conde-duque de Olivares se refería diciendo: “No debe de haber habido de siglos a esta parte año igualmente infausto”. Ni la terrible guerra de Sucesión que enfrentó a  borbónicos y austracistas y terminó liquidando los territorios del imperio español en Europa, pero mantuvo incólume la estructura del Estado, pese a pérdidas como Gibraltar y Menorca. Tampoco lo consiguió el ala más radical del republicanismo federal durante la Primera República que alumbró el llamado cantonalismo y que hizo que aquella república, la de Pi i Margall, Castelar o Salmerón, acabara como el Rosario de la Aurora. El apocalipsis del Estado español llegará, según Homs, si se dicta una sentencia judicial condenatoria en la causa que tiene abierta en el Supremo.

Este Nostradamus del siglo XXI se da una importancia que sobrepasa a la propia historia. Simplemente ha perdido los papeles, hace tiempo.

(Publicada en ABC Córdoba el 4 de marzo de 2017 en esta dirección)

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