El expolio -también la destrucción por causas muy diversas– de los patrimonios artísticos e históricos de los pueblos era ya una realidad en la antigüedad y llega hasta nuestros días, pese a las normativas que, con el paso del tiempo, los países han ido legislando para tratar de protegerlo. En situaciones de conflicto, el patrimonio es una de las víctimas.

Lo ocurrido con los museos de Bagdad cuando las tropas estadounidenses entraron en la capital de Irak es uno de los últimos ejemplos de saqueo y expolio patrimonial, al que se suma el ocurrido en los Balcanes cuando aquel avispero estalló una vez más a finales del pasado siglo.

Las potencias coloniales europeas convirtieron el expolio del patrimonio de los países colonizados en práctica habitual. Hoy algunas de las grandes obras de arte de otro tiempo han de verse en el Museo Británico, en el del Louvre o en la Isla de los Museos de Berlín. España sufrió un terrible expolio a manos de los franceses durante la guerra de la Independencia.

José Bonaparte llevaba tal cantidad de obras robadas, sumada a la de sus generales y tropas, que los carruajes cargados con el fruto de aquella rapiña se contaban por cientos cosa que Galdós nos contó magistralmente en uno de sus Episodios Nacionales, ‘El equipaje del rey José’.

Otras veces el expolio fue obra de españoles que aprovecharon circunstancias, tales como la desamortización eclesiástica, para expoliar obras de arte sin cuento: artesonados, imágenes, cuadros, bibliotecas…

En el siglo pasado fueron numerosas las adquisiciones irregulares en iglesias rurales realizadas por marchantes tanto nacionales como foráneos. También de obras civiles como el claustro del palacio, decorado en blanco mármol de Macael, de los Fajardo en Vélez Blanco. Fue vendido por su propietario, el XVI marqués de los Vélez, a comienzos del pasado siglo a un francés y, tras una serie de vicisitudes, puede verse hoy en el Museo Metropolitano de Nueva York y algunos de sus decorados en el parisino Museo de Artes Decorativas.

Recientemente hemos conocido otro expolio, uno más, en tierras cordobesas, que nunca han estado atrás en cuestión de expolios artísticos, siendo un principal referente Medina Azahara. En este caso se trata de cuatro piezas -dos toros y dos leonas- de escultura íbera procedentes de una finca situada en el término municipal de Montoro.

Fueron encontradas, como sucede con mucha frecuencia, de forma casual, al ser removida la tierra del lugar donde se encontraban. Por lo general, sufren algún tipo de desperfecto al ser arañada la piedra en el momento de su descubrimiento, como ya le ocurrió a la magnífica leona encontrada en el término de La Rambla, hace pocos meses.

Las piezas rescatadas por la policía han sido gravemente alteradas, al haber sido sometidas a un proceso de «limpieza» que ha llevado a perder posibles restos de pintura y una buena parte de la información que pueden proporcionar a los expertos. Se encuentran depositadas en Jaén y Córdoba y ahora se plantea el debate de a qué museo deben ir a parar. Las esculturas fueron encontradas en tierras de Córdoba. En Jaén está el Museo Íbero. En todo caso felicitémonos y hagámoslo a la Policía Nacional porque el expolio, en esta ocasión, ha logrado que no se materialice.

(Publicada en ABC Córdoba el viernes 7 de octubre de 2022 en esta dirección)

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