Confieso que en ocasiones recelo de Francia. Desde que Prosper Mérimée, Georges Bizet y compañía decidieron que África empezaba en los Pirineos, como venganza por la somanta que se llevaron en la guerra de la Independencia, nos miran por encima del hombro. Consideran a España como el patio trasero de su casa que, dicho sea de paso, también nosotros lo tenemos. Pero en los momentos críticos, los franceses suelen tener una actitud admirable. Impresionaron al mundo, cuando salieron del Estadio de Francia, que era desalojado ante una amenaza terrorista, de forma ordenada y… cantando la Marsellesa. Fue un ejemplo de civismo. Ese civismo ha vuelto a ponerse de relieve con motivo del incendio de Notre Dame. Los franceses de nuevo se han apiñado en torno a uno de sus símbolos: una catedral cristiana que, enclavada en la Cité, es considerada el corazón de París y París…es Francia.

Su reacción ante el monumental desastre ha sido responder a la catástrofe con decisión y altruismo. El gobierno de Francia y el ayuntamiento de Paris -tienen colores políticos diferentes- iniciaban a las pocas horas una colecta para su reconstrucción y a sus grandes fortunas, a sus grandes empresas, a sus grandes firmas comerciales les ha faltado tiempo para secundar la iniciativa. No lo han dudado. Han ofrecido para reconstruir Notre Dame cientos de millones de euros. También los franceses de a pie aportan sumas modestas, pero no menos importantes, de sus bolsillos. Lo han hecho, en pocas horas, a millares. Ya se sabe…muchos pocos hacen mucho. Es posible que a estas horas el montante de las donaciones haya cubierto la fabulosa cifra que se necesita para reconstruir la catedral. Habrá católicos entre los donantes, pero muchos otros no lo serán. No les importa, sienten que Notre Dame forma parte de su historia, de su pasado que, como todos, tiene luces y sombras. Pero no abominan de él. Todo un ejemplo del que deberíamos aprender. Sus empresas hacen donaciones porque saben que su esfuerzo será reconocido por una sociedad que no rechaza esos gestos, sino que, al contrario, los valora y admira.

Hay quienes dirán que las donaciones de las emblemáticas empresas, de las grandes fortunas y de las firmas de renombre, sólo buscan con ello desgravarse. Una solemne tontería, una gran estupidez porque desgravarán sólo un porcentaje de lo que donan. Serán los mismos que lanzan críticas y ven mal que una gran fortuna española done una importante suma para mejorar las instalaciones hospitalarias, más allá de las inversiones a que está obligado el Estado. Esas aportaciones de particulares han sobrepasado con mucho a las públicas y, a lo que se ve, no han hecho del carácter religioso del monumento incendiado una cuestión de debate.

Frente a la envidia que constituye nuestro mal nacional y que, convertida tantas veces en actitudes cainitas que tanto daño nos han hecho, el ejemplo de los franceses, más allá de ideologías, impresiona. No es de extrañar que fuera la publicación de un libro de Víctor Hugo el revulsivo que llevó a restaurar la catedral que había quedado seriamente dañada, tras el paso de la revolución por el París de finales del siglo XVIII. Ya lo he dicho no soy un devoto de Francia, pero me quito el sombrero -chapeau- ante el sentido que tienen de nación y cómo responden en ciertos momentos que los hace grandes. Sería bueno que tragedias humanas de nuestro tiempo encontraran respuestas similares.

(Publicada en ABC Córdoba el 20 de abril de 2019 en esta dirección)

One Response to Francia | JoséCalvoPoyato
  1. Totalmente de acuerdo. En este sentido son admirables,al contrario de lo que nos ocurre aquí. Ya ha habido por ahí algún/a iluminado/a que ha dicho que era una pena que no hubiese sido La Almudena. España es un pais genial, pero produce algunas excrecencias que son una vergüenza. A veces pienso que tenemos lo que nos merecemos.


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