A finales de los ochenta del siglo pasado España se preparaba para celebrar los dos grandes eventos que marcaron 1992. Las Olimpíadas de Barcelona y la Exposición Universal de Sevilla, en conmemoración del V centenario del descubrimiento de América. Por entonces se hablaba del TAV. Era el nombre que se daba a lo que iba ser la alta velocidad en nuestro país. Se estaba construyendo la línea por la que circularían esos trenes que finalmente se bautizaron como AVE -acróstico de Alta Velocidad Española- y que uniría Madrid con Sevilla, pasando por Córdoba. Aquí hubo pocos titubeos cuando, como consecuencia de las obras donde iba a quedar emplazada la nueva estación aparecieron restos arqueológicos de época romana de gran importancia.

El proyecto permitiría al soterrarse las vías férreas poner punto final a la costura que aislaba la parte norte de la ciudad del centro. Ese soterramiento había sido largamente pospuesto hasta el punto de que habían aparecido pintadas donde se leía «Abel no seas Caín», en alusión a Abel Caballero, actual alcalde de Vigo y entonces ministro de Transportes, Turismo y Comunicaciones.

El AVE fue todo un símbolo de modernidad. Impresionaba ir a Madrid desde Córdoba en una hora y cuarenta y cinco minutos. Las estaciones de nueva construcción estaban impolutas y los trenes circulaban con una puntualidad que asombraba a propios y extraños. Nos enorgullecíamos de nuestra red de alta velocidad que, poco a poco, fue ampliándose a otras zonas -España es hoy el país con la red de alta velocidad más extensa de Europa- desde aquella primitiva línea, estrenada en 1992.

Han pasado algo más de treinta años y el funcionamiento del AVE se aleja del que nos llevó a sentir legítimo orgullo. No es lo que era. Los retrasos en los horarios, algo excepcional durante mucho tiempo, tienen hoy una frecuencia preocupante. Retrasos superiores a los quince minutos, incluso a los treinta que suponen devoluciones del importe de los billetes por el compromiso de puntualidad de ADIF, empresa pública heredera de Renfe y propietaria de las vías férreas de España por las que circulan ya trenes de alta velocidad de compañías privadas.

Estos días se tienen noticias de situaciones esperpénticas que van desde diseños de trenes cuyo tamaño no permite el paso por los túneles que jalonan las vías en Asturias y Cantabria, hasta trenes de alta velocidad, así los llaman, aunque no circulan en algunos tramos a menos de ochenta kilómetros por hora como ocurre con el inaugurado por Pedro Sánchez en Extremadura, hace menos de un año. Lo último es que los viajeros que van de Alicante a Denia, poco más de cien kilómetros de trayecto, necesitan tres horas para cubrirlo. Han de hacer dos transbordos al no soportar los viejos puentes el peso de los nuevos trenes puestos en circulación y no estar acabadas las infraestructuras que permiten soportar su peso.

Hoy, cuando algunos abominan de aquella transición que modernizó España de forma espectacular -en frase de Alfonso Guerra no la iba a conocer ni la madre que la parió- deberían reflexionar sobre algunas de sus afirmaciones viendo como tenemos el panorama actual.

(Publicada en ABC Córdoba el viernes 3 de marzo de 2023 en esta dirección)

One Response to No es lo que era | JoséCalvoPoyato
  1. Cuantas verdades !!! Así es el panorama actual de nuestro pais. Como es posible tanto retroceso ?

    Gracias profesor por hacernos tanta memoria.

    Gracias.


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