Quien iba a hacerse con el cielo conquistándolo al asalto está pasando por un auténtico purgatorio interno. Lo que está ocurriendo en el Podemos de Pablo Iglesias Turrión tiene pocos precedentes en la partitocracia que dirige nuestra democracia casi desde el momento en que terminó la Transición a lo que algunos le ponen una fecha muy concreta. Cuando Felipe González, a finales del año 1982, visitaba, en su condición de presidente del gobierno, la división acorazada Brunete y los mandos de la unidad se cuadraban ante él. Pablo Iglesias Turrión se enfrenta a una más que notable rebelión -la protagonizan entorno al ochenta por ciento- de las comisiones de garantías de su partido. Se trata de la rebelión de los órganos encargados de velar por el cumplimiento de los derechos y obligaciones de la militancia del partido, o lo que quiera que sean las mareas y los círculos podemitas que se asemejan mucho al localismo cantonal que se vivió en el verano de 1873 en plena I República, la de efímera vida y cuatro presidentes de gobierno en once meses. Acusan a la propia ejecutiva de su partido de manipular los estatutos que fueron aprobados en su último congreso. Lo que llaman Vistalegre II. Es una rebelión contra la actitud autocrática de Iglesias, que se irroga poderes que van más allá de lo establecido en dichos estatutos. El de expulsar a quienes hagan crítica dentro la formación morada. Todo un torpedo a línea de flotación de la libertad de expresión

Conocidas las relaciones de Iglesias Turrión con el Irán de los ayatolás y la Venezuela de Maduro, donde la crítica al poder conduce a la cárcel, no es de extrañar su comportamiento autocrático. Es más que probable que en la actuación del líder podemita haya influido la forma en que se conducen las asambleas universitarias, donde adquirió parte de su formación política. En las asambleas universitarias los modelos a seguir, en el tardofranquismo y primeros tiempos de la Transición, eran dinamitarlas por el procedimiento del agotamiento. Ante una interminable duración, los asistentes abandonaban, poco a poco, el lugar y cuando sólo quedaban los “cabales” se proponían las votaciones para adoptar acuerdos. Ahora los “cabales” son la ejecutiva configurada a mayor gloria del líder que decide, pasando por encima de acuerdos congresuales. Por eso, a esta rebelión, que ante la manipulación le ha estallado por todas partes, podía considerarse como una especie de rebelión en las aulas, remedando el título que en España se dio a la película interpretada por Sidney Poitier, allá por 1967. La rebelión tiene una lógica si en Podemos quieren evitar la autocracia a que aspira Iglesias. No es algo nuevo. En los partidos suele haber importantes dosis de fobia hacia los militantes que sostienen tal espíritu. Pero en el caso que nos ocupa llama la atención porque predicaba que eso que pretende imponer era cosa de los viejos partidos y alardeaba de que había llegado una nueva forma de hacer política. Ante la realidad a que estamos asistiendo, podemos considerar que hay partidos que envejecen a una velocidad de vértigo. Alguno sólo ha necesitado unos cuantos meses para convertirse en la peor manifestación de lo que criticaba.

Esto debe ser lo que Iglesias Turrión denomina como democracia real con la que pretendía acabar con la democracia a secas. Como siempre que se le ponen adjetivos suele representar una mala cosa. El franquismo también puso su calificativo a la democracia. La denominaron orgánica

(Publicada en ABC Córdoba el 9 de septiembre de 2017 en esta dirección)

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