En estos días de la canícula en los que transitar por las calles de Córdoba es toda una odisea, al menos a determinadas horas del día porque ya estamos en las calores, que es el cuarto grado térmico -después del calor, la calor y los calores-, viene a la memoria otro tiempo en que caminar por estas mismas calles de Córdoba, aunque más estrechas y pequeñas, sin asfalto ni pavimento era otra odisea, aunque por razones muy diferentes.

Era un tiempo en el que resultaba particularmente peligroso. Tanto que era frecuente encontrar algunos cadáveres tirados en el suelo. Correspondían a algún partidario de don Alonso de Aguilar, señor del señorío que indica su apellido o de don Diego Fernández de Córdoba, conde de Cabra.

Tanto don Alonso como don Diego pertenecían a la misma familia, ambos era miembros de diferentes ramas del linaje de los Fernández de Córdoba, quienes dominaban las tierras del tercio meridional del entonces reino de Córdoba. Pero tanto uno como otro se disputaban la primacía en Córdoba, donde ambos trataban de controlar tanto sus órganos de gobierno, como los puntos clave de la ciudad.

Eran tiempos duros aquellos de la segunda mitad del siglo XV en que reinaba en la corona de Castilla Enrique IV, a quien sus enemigos llamaban ‘El Impotente’ y que no conocerán las nuevas hornadas de escolares, porque la ley Celaá ha señalado que sólo han de estudiarse los tiempos más recientes, a partir de los comienzos del siglo XIX.

Un auténtico disparate que va, incluso más allá de las opciones ideológicas partidarias porque los siglos XIX, XX y lo que llevamos de XXI sólo pueden explicarse de forma adecuada si conocemos de dónde venimos y esas raíces son mucho más profundas y, desde luego, explican muchas de las realidades del presente como es que nuestra lengua sea hoy hablada por cerca de seiscientos millones de personas.

Los esfuerzos del rey Enrique por poner paz entre los Fernández de Córdova fueron continuos, pero resultaban inútiles. Sabemos, por ejemplo, que en febrero de 1473 se firmaba una concordia en la que, además de otros prohombres cordobeses, se encontraban don Alonso y don Diego para establecer una concordia y amistad, entendiendo que de ella Dios y el rey serían servidos.

Pocos meses después, el 27 de junio de aquel mismo año, don Diego, el obispo de Córdoba y otros caballeros firmaban otra concordia porque a todos les eran notorios los males llevados a cabo por don Alonso de Aguilar «en muy grande deservicio de Dios y del rey», a lo que se sumaban los grandes daños a la ciudad de Córdoba y su tierra con la muerte de hombres por las acciones tanto públicas como «en escondido y otros muy grandes robos así a cristianos como a conversos y muchas fuerzas a mujeres casadas y mozas vírgenes».

Ignoramos si estas calores de nuestros días, que también conocieron nuestros padres y abuelos sin aire acondicionado, eran ya una realidad entonces cuando no había cambio climático. Pero parece quedar muy claro, a tenor de lo que nos cuenta la historia, que resultaba peligroso caminar por las calles cordobesas, aunque no hubiera riesgo de golpe de calor.

(Publicada en ABC Córdoba el 15 de julio de 2022 en esta dirección)

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