La palabra rufián procede del latín “rufus” cuyo significado era rubio. Se aludía con ello a la costumbre de las prostitutas romanas de adornarse con pelucas rubias. Al español, derivó posiblemente del italiano “ruffiano”, con el significado de alcahuete. Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua, rufián es una persona sin honor, perversa y despreciable. También puede utilizarse para referirse a aquellos sujetos que se dedican al tráfico de la prostitución, aunque en la actualidad es más común utilizar la palabra proxeneta. En su acepción primera es sinónimo de bellaco, granuja, estafador, pícaro, pillo sinvergüenza, truhan bribón, canalla… Como traficante de prostitutas es sinónimo de proxeneta, chulo, macarra, alcahuete…En germanía -palabra de origen catalán con la que se denomina la jerga utilizada por la gente de los bajos fondos- aparece como “rofián” y designa al chulo que tiene una o varias mujeres prostituyéndose a cuenta de ellas y sale en su defensa en los casos en que lo necesitan. Covarrubias, en su Tesoro de la Lengua Castellana lo define “como el que trae mujeres para ganar con ellas y riñe sus pendencias”. Doña María Moliner, en su Diccionario de uso del español, señala que en germanía significó primeramente “chico”, pero que muy pronto se le dio un sentido peyorativo empleándolo para referirse a un insolente, un presumido o un bravucón. Marty Caballero en su Diccionario de la Lengua Castellana lo definió “como el que vive a expensas de una prostituta, sirviéndole de querido privado y de defensor en caso necesario, poniéndola a cubierto de los malos tratamientos y petardos que pudieran darle los que visitan tan impúdica morada”.

Todo apunta a que su significado fue evolucionando. Primero era sinónimo de chico, en el sentido de hombre joven, para tomar más tarde el sentido peyorativo. Pedro de Alcalá  dice que un rufián es persona de costumbres licenciosas y lo denomina “abarraganado”, “adúltero”, “fornicador” y “putañero”. Añade que se reunía en bandos para cometer mejor sus fechorías y que la autoridad le tenía prohibidas las armas de fuego, pero que desobedecían y las llevaban a mano. Es de uso correcto el verbo “rufianear” en el sentido de “alcahuetear”. En el diccionario de la Real Academia de la Lengua rufianear es hacer cosa propias de rufián.

En otro tiempo la palabra rufián estuvo muy presente en la pluma de nuestros ingenios. Cervantes, por ejemplo, escribió una comedia que tituló El rufián dichoso. Fue impresa en 1615, cuando el autor de El Quijote estaba pronto a encontrase con un pie en el estribo. En ella contaba la vida del rufián sevillano Cristóbal de Lugo, criado de un inquisidor, que acabó convertido y tuvo una piadosa muerte. Pese al título, se trataba de lo se conocía como una comedia de santos, nombre que recibían en nuestro Siglo de Oro aquellas que estaban dedicadas a ensalzar la vida de algún santo con el propósito de influir en la popularización de su devoción e incluso en su proceso de canonización. El ayuntamiento de Madrid encargó a Lope de Vega una trilogía sobre San Isidro Labrador antes de que subiera a los altares. Lope de Vega dedicó una comedia a un rufián al que llamó Castrucho y Lope de Rueda  tituló una de sus piezas teatrales como El rufián cobarde.

Los rufianes siguen presentes en nuestro tiempo y, vistas sus andanzas, lo mejor es tenerlos alejados de nuestras vidas. Cuánto más lejos… mejor.

(Publicada en ABC Córdoba el 31 de marzo de 2018 en esta dirección)

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