Las declaraciones con las que Pablo Iglesias -llamarlas un análisis de los resultados es algo que quedó muy lejos de lo que salió por su boca– la noche del pasado 2 de diciembre, refiriéndose a lo que habían votado los andaluces, fueron un burdo enmascaramiento del varapalo sufrido en Andalucía por la formación que lidera a nivel de España. Su llamamiento a crear un frente antifascista, a ocupar las calles y poco menos que invitando a lanzarse a las barricadas, eran peligrosos alegatos verbales con los que hacía patente su estado de ánimo ante los malos resultados obtenidos por Adelante Andalucía.

El batacazo electoral sufrido por el PSOE, cuyo secretario general es Pedro Sánchez, dejó en un segundo plano los pésimos resultados obtenidos por los podemitas. El impacto, ciertamente emocional, que suponía el hecho de que por primera vez, desde la Transición, existan posibilidades reales de desalojo de los socialistas de la Junta de Andalucía, a la que han tenido como si se tratase de un inmenso cortijo del que eran propietarios, porque así lo habían decidido de forma reiterada los andaluces, dejó en lugar secundario, apenas visible, lo que electoralmente había pasado a los contestatarios discípulos andaluces de Pablo Iglesias. Las informaciones de los medios se reducían a señalar que la suma de los resultados obtenidos por Podemos más Izquierda Unida en 2015 fueron 20 escaños y ahora esa coalición se quedaba en 17. Una pérdida de tres escaños sobre un total de 20 suponía el quince por ciento. Pero la realidad es que los ha abandonado un tercio del electorado que había apoyado esas opciones en 2015. No se aludía a que si en ese año ambas formaciones hubieran concurrido coaligadas sus resultados habrían sido muy superiores a los 20 diputados que sumaron por separado. Para Iglesias resultó mucho más fácil arremeter contra el fascismo que reflexionar por qué cerca de cuatrocientos mil andaluces habían elegido la papeleta de Vox o pensar si el hecho de haberse instalado en una casa de seiscientos mil euros -estas cosas producen un efecto muy importante cuando se han hecho determinadas afirmaciones sobre las viviendas de otros- como ocurrió hace pocos meses en vísperas de convertirse en padre de familia.

En Andalucía la extrema izquierda ha sufrido, porcentualmente, la mayor derrota electoral de todas las formaciones políticas. Ni siquiera el batacazo socialista o la grave pérdida de votos sufrida por el PP alcanzan porcentajes tan negativos. El PSOE pasaba de tener el 35,43 por ciento de los votos en 2015 al 27, 95 y sus electores se reducían el 28,37 por ciento. El PP pasaba del 26,76 al 20,75 con una pérdida del 29, 59 por ciento de sus votantes.La suma de Podemos e Izquierda Unida que suponían el 21,73 por ciento en 2015 se ha quedado en el 16,18 y sus 863.938 votos han pasado a ser 584.040. Han visto reducirse su electorado de forma dramática, el 32,40 por ciento.

Como le ha ocurrido al PSOE en Andalucía con las andanzas políticas de Pedro Sánchez y su condescendencia con los independentistas catalanes, el que Pablo Iglesias vaya a negociar esos presupuestos a la cárcel con Junqueras, que se compre un «casoplón» o guarde un silencio justificativo y oprobioso con lo que sus amigos bolivarianos está haciendo con Venezuela, ha pasado una durísima factura a Teresa Rodríguez Antonio Maíllo.

(Publicada en ABC Córdoba el 8 de diciembre de 2018 en esta dirección)

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