La denostada transición que, como decía el otro día Paco Robles, tenemos que reivindicar y no quedarnos callados frente a quienes la detestan, fue posible, en buena medida, gracias al apoyo de una sociedad movilizada. Una sociedad dispuesta a reivindicar sus planteamientos en la calle. Una sociedad que se movilizaba hasta por pequeñas cuestiones vecinales. También en Andalucía. Las manifestaciones formaban parte de la vida cotidiana de aquellos años en los que España pasó de ser una dictadura a una democracia homologable en Europa, la que quedaba a este lado de lo que Churchill denominó como el Telón de Acero. La que estaba al otro lado no podía homologar absolutamente nada, al enseñorear otra oscura dictadura todas las tierras que se extendían desde el oeste de los Urales hasta el mencionado Telón de Acero, que marcaba la línea divisoria entre la Europa libre y el paraíso comunista del que la gente quería salir corriendo y por lo que se habían levantado vergonzosos muros, como el de Berlín, para evitarlo.

Susana Díaz, la presidenta de Andalucía, ante al gatuperio político que está cocinándose – el nuevo cupo vasco es un anticipo palpable de ello-, habla de movilizar a los andaluces. Considera que las costuras del Estado están a punto de ceder ante las pretensiones de los independentistas catalanes. La  asimetría que algunos idearon en la transición con la distinción entre nacionalidades y regiones, fue dinamitada desde aquella Andalucía con capacidad de movilización el 28 de febrero de 1980. El resultado fue lo que vino en denominarse como “café para todos”, algo que sentó mal a los que apostaban por dejar establecido lo que consideraban un hecho diferencial porque se consideraban superiores. Susana Díaz pretende dinamitar desde Andalucía el federalismo asimétrico que está en la mente del sanchismo que hoy domina el PSOE en España.

Sin embargo, nos separan ya algunos años de aquella época de movilizaciones. Son dos las generaciones que han surgido después de aquella transición cuyas consecuencias han sido que España, aunque incubando graves problemas, ha vivido cuatro de las mejores décadas de su historia. La sociedad andaluza, pese a las lacras que ha mantenido en este tiempo –altas tasas de paro, elevados índices de  fracaso escolar, baja renta per cápita en el conjunto de España…- , tiene hoy poco que ver con la de aquellos años. No es la misma. Una de las diferencias es que está desmovilizada como consecuencia, en gran medida, de la actuación durante estas décadas de mandato del PSOE en las que uno de los objetivos ha sido ha sido la de aplicar anestesia a la sociedad andaluza. Lo ha hecho a base de subvenciones, de dádivas a sindicatos y organizaciones empresariales y con los eres fraudulentos. Ha propiciado con ello una sociedad civil raquítica y sometida al poder. La sociedad andaluza es presa de un muermo como pone de manifiesto la escasa capacidad de movilización, incluidos los partidos políticos y las centrales sindicales. Esas son, entre otras, las consecuencias del adormecimiento practicado desde el poder.

La realidad de la política de la Andalucía de este momento vive en la desmotivación y la apatía social. A  Susana Díaz no va a resultarle fácil esa movilización, si es que se decide a llevarla a cabo. Los tiempos han cambiado y algunos de estos cambios propiciados por un poder que ha estado mejor anestesiando voluntades y adormeciendo conciencias, van a dificultar lo que ahora se pretende.

(Publicada en ABC Córdoba el 20 de diciembre de 2017 en esta dirección)

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