Era marzo de 2013. España afrontaba los peores momentos de la crisis. La cifra de parados superaba los seis millones —al término del primer trimestre de ese año llegaba a los 6.202.700— y la tasa de desempleo superaba el 27 por ciento. La prima de riesgo era muy elevada. Por aquellas fechas se situaba en torno a los 350 puntos básicos. Pocos meses atrás, en el verano de 2012 muchos de los principales directivos de las empresas que cotizaban en el IBEX35 habían pedido al quien era entonces presidente del gobierno que solicitara el rescate de la economía española. La bolsa había caído en picado y había valores que ofrecían precios apetitosos.Grandes grupos inversores foráneos acechaban con opas hostiles y alguno de esos magnates entendía que su puesto corría un serio peligro. En un ejercicio de «patriotismo» pidieron un rescate que no se limitara a los problemas de algunas entidades bancarias para salvarse ellos. Pedían un rescate a la griega, con la intervención inmediata de los que eran llamados hombres de negro. Artur Mas, con la corrupción de su partido pisándole los talones y una Generalitat endeudada hasta el cuello, ya se había apuntado a la senda del independentismo. La situación era extremada complicada.

Por aquellas fechas, en Venezuela fallecía Hugo Chávez, pero las cosas, según se decía, iban viento en popa. Era el nuevo socialismo, en versión siglo XXI. Una meta soñada por los comunistas. El entonces portavoz de IU en el Parlamento de Andalucía, José Antonio Castro, señalaba que le gustaría implantar aquí ese modelo de socialismo y consideraba que «muchísimas» de las medidas que había adoptado el régimen bolivariano debían ser aplicadas en nuestra tierra.

Han transcurrido desde entonces poco más de cuatro años. En la presidencia de Venezuela se instaló, tras la muerte de Chaves, Nicolás Maduro a quien el espíritu de su antecesor se le aparecía en forma de pajarito. Hoy resulta difícil encontrar las palabras adecuadas para definir la situación por la que atraviesa la actual Venezuela. La falta de productos básicos es un mal que sus ciudadanos arrastran desde hace mucho tiempo. La inflación alcanza cifras que, por astronómicas, resultan increíbles. Según las proyecciones del Fondo Monetario Internacional a fin de año será de 1.000.000 por ciento. Esa cifra recuerda a la hiperinflación sufrida por la República de Weimar en el periodo entreguerras. Las medidas del socialismo del siglo XXI han llevado a alterar el valor de la moneda hasta niveles que resultan difíciles de creer o invitar a los propios venezolanos a comprar el oro de la reserva nacional del país. Las consecuencias son catastróficas. Más de dos millones de venezolanos han abandonado el país en los últimos años. Es, otra vez, la gente huyendo del paraíso socialista, como ocurrió durante la guerra fría en el Berlín oriental y los países del otro lado del Telón de Acero. La avalancha de inmigrantes venezolanos en Colombia, Perú o Brasil ha creado serios problemas en estos países, que se han visto obligados a establecer rigurosos controles para permitirles la entrada. Maduro y los bolivarianos culpan del desastre a un contubernio externo orquestado por el capitalismo internacional. Suena a contubernio judeo-masónico. Es un recurso propio de dictadores.

La calidad democrática de Venezuela ha sido puesta en cuestión en los foros internacionales por falseamientos electorales y falta de garantías. IU guarda un oprobioso silencio sobre lo que ocurre en aquel país y que deseaban implantar aquí.

(Publicada en ABC Córdoba el 29 de septiembre de 2018 en esta dirección)

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