Desde hace unos años a esta parte, no muchos -vienen a coincidir con su salida como diputado del Palacio de la Carrera de San Jerónimo y el liderazgo de Sánchez, incluido el interregno-, nos encontramos con un Alfonso Guerra que no recuerda a aquel que, desde la vicepresidencia del gobierno, donde según sus propias palabras estaba de “oyente. Aquel Guerra, de los años setenta y ochenta, decía frases verdaderamente lapidarias. Tenía el partido en un puño, aunque ahora afirme que su poder no era tal. Pero decía aquello de que quien se movía no salía en la foto. Efectivamente, todo aquel que no permanecía obediente a sus dictados desaparecía inexorablemente de la foto. Le ocurrió, por citar sólo un par de ejemplos relevantes, a Rafael Escuredo y a José Rodríguez de la Borbolla, conocido como “Pepote”, ambos presidentes de la Junta de Andalucía. Afirmaba que Montesquieu había muerto, con lo que la separación de poderes, principio básico de un sistema democrático, estaba dinamitado. No le dolieron prendas a la hora de que hubiera un ministro que lo era al mismo tiempo de dos carteras como las de Interior y Justicia. Fue el caso de Juan Alberto Belloch. No tenía empacho en ocupar en un avión el asiento que estaba asignado a otro pasajero, según constaba en su tarjeta de embarque, y que era apeado de la aeronave, para poder viajar “in extremis” a Sevilla; las malas lenguas dicen que para ver una corrida de toros. Hizo de su capa un sayo, cuando su capa era el Estado. Llamó tahúr del Misisipi al presidente Suárez y trató de proteger a su hermano, Juan Guerra, el de los cafelitos, uno de los prehistóricos de la corrupción que tanto daño ha hecho a la política y ha llevado a que se metan, en opinión de numerosos ciudadanos, a todos los políticos en el mismo saco de indecencia.

Hoy, quizá sean razones de la edad, Guerra dice cosas que resultan sensatas a los oídos de muchos de quienes otrora abominaban de sus astracanadas. Aparece como un claro defensor del Estado y no comprende actitudes como las del actual Presidente del Gobierno y Secretario General del PSOE, al que le dedica verdades como puños. Así, por ejemplo, el Guerra de hoy no se explica cómo Sánchez se empecina en pasarle factura a Susana Díaz, a cuenta de haber perdido la Junta de Andalucía, que era una especie de usufructo vitalicio de los socialistas. Guerra dice, sin nombrarlo, que cómo puede pedir eso quien ha perdido por dos veces las elecciones y conseguido los peores resultados obtenidos por el PSOE desde las elecciones de 1977.

El Guerra de este tiempo no entiende de tibiezas a la hora de la aplicación del artículo155 de la Constitución, ante el desafío a la ley de los independentistas catalanes y mucho menos  los paños calientes conque Sánchez trata a un sujeto como Torra, para mantenerse en la Moncloa o que riegue Cataluña con miles de millones de euros en el proyecto de presupuestos generales del Estado que ha elaborado. Tampoco se explica la impasibilidad del gobierno ante los desafueros que la Generalitat o algún ayuntamiento en Cataluña cometen contra el Jefe del Estado.

El Guerra de hoy no recuerda en nada al Guerra de otros tiempos, lo que hace recordar el viejo refrán que dice… quién te ha visto y quién te ve.

(Publicada en ABC Córdoba el 16 de febrero de 2019 en esta dirección)

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