A muchos personajes de la historia se les suelen atribuir frases que nunca pronunciaron. A nuestro Felipe II se le adjudicó la de afirmar, con mucha soberbia, que en sus dominios no se ponía el sol, pese a que era cierto después de la incorporación de Portugal a la Monarquía Hispánica. Al monarca francés Luis XIV, en un gesto de soberbia no menor que la de nuestro rey, la afirmación de que el Estado era él. Pero quien se lleva la palma en esto de poner en su boca frases que nunca pronunció es Winston Churchill, el premier británico que llevó a Gran Bretaña a la victoria, prometiendo sangre, sudor y lágrimas y ofreciendo luchar contra Hitler en las playas, en las colinas y en las ciudades, casa por casa. Una de esas frases, adjudicada sin fundamento, es la que proclama que quien a los veinte años no es revolucionario no tiene corazón y quien a los cuarenta lo siga siendo no tiene cabeza.

Lo que se adjudica a Churchill es una expresión que recoge una realidad muy extendida, cual es que con el paso del tiempo las personas van haciéndose más conservadoras. Probablemente porque sus juveniles ansias de cambiar el mundo que recibieron de sus mayores han vivido algunas transformaciones y ello le permite estar más de acuerdo con la realidad construida por su generación —hay veces que la construcción de una realidad diferente resulta inviable para algunas generaciones por causas muy diversas— y existe mayor identificación con la situación que se vive.

Esta reflexión es consecuencia de la actitud de cierto edil, que otrora tuvo mando en plaza —léase capitulares—, que planteó la recogida neumática de la basura domiciliaria mediante conducciones subterráneas que permitirían a los vecinos depositar desde sus viviendas los residuos que, movidos por corrientes de aire, irían a parar a unas zonas de depósito. Toda una novedad que llevaría a la desaparición de los contenedores y evitaría el salir a la calle con la bolsa en la mano a ciertas horas que podían resultar poco deseables. Alicia en el país de las maravillas.

Pero todo aquel montaje no ha pasado de ser un monumental fiasco al que, además, la justicia ha puesto en solfa por atentar contra el medio ambiente por el lugar elegido para que las tuberías neumáticas depositaran su carga. No obstante, el proyecto supuso un importante desembolso para los bolsillos de quienes adquirían viviendas dotadas de tan moderno sistema de evacuación de residuos.

Esa circunstancia debía de haber hecho reflexionar al mencionado edil, promotor del engendro, para que entendiera la evolución que lleva consigo el cumplir años y que invita al sosiego. Pero en este caso no ha sido así. Ahora promueve, mediante una protesta a la puerta del consistorio, frenar la forma en que el Ayuntamiento ha previsto la instalación de placas solares en el casco histórico como forma de impulsar las energías limpias. Dejemos sentado que el derecho a la protesta es legítimo, necesario e incluso saludable. Pero hay situaciones y circunstancias en que esa protesta cuesta mucho entenderla cuando quien la promueve ha protagonizado un desaguisado como el que referimos en esta columna.

(Publicada en ABC Córdoba el viernes 24 de febrero de 2023 en esta dirección)

Deje un comentario