Lo que durante mucho tiempo se fue incubando en Cataluña ha sido un creciente odio a España, era considerada un Estado que oprimía a los catalanes. Adoctrinamiento en las aulas en el odio a España. En los libros de texto que se utilizaban en los centros educativos se falseaba la historia, ante la pasividad del Ministerio de Educación. Se presentaban hechos que no eran tales, como el de señalar la Guerra de Sucesión como de Secesión o indicarle al alumnado que el Ebro es un río catalán que nace en el extranjero. Adoctrinamiento en los medios de comunicación dependientes del gobierno de Cataluña  donde se ha venido repitiendo el “España nos roba”. Lema de los golpistas que desapareció cuando salió a luz pública que quienes robaban eran otros, entre ellos la familia del que ostentaba el título de molt honorable. Para impulsar el catalán como lengua que, según la legislación era cooficial con el castellano, se desarrolló la llamada inmersión lingüística, que condujo a la condena del castellano en las aulas, hasta el punto de que muchas familias tenían serias dificultades para encontrar un centro escolar donde se impartiera docencia en castellano. Se impusieron multas a los establecimientos que se rotulasen con la lengua del Estado opresor y el catalán fue impuesto como lengua única en la administración pública catalana. Se ha llevado a cabo la creación de unas fuerzas de seguridad autónomas, los mozos de escuadra, que han devenido en una policía política- sálvese una parte de sus efectivos-, a la que la Generalitat pretendió dotar con un armamento que iba mucho más allá de las necesidades de una policía que no es un ejército…

Durante años se fue gestando un golpe contra el Estado ante la desidia, cuando no la colaboración, de los gobiernos de dicho Estado que no reaccionaron ante las falacias y los incumplimientos de la ley de quienes lo preparaban. En los últimos años, bajo la presidencia de Mas y Puigdemont,  ese golpe de Estado -denominado proceso por los golpistas- entró en una espiral de aceleración que condujo al secuestro del Parlamento -apenas reunido en las semanas anteriores a la aplicación del artículo 155 de la Constitución- que los días 6 y 7 de septiembre vulneraba la ley. El golpe contra en Estado entraba en su fase final.

Los golpistas no lo hacían a la vieja usanza, cuando un espadón decimonónico se pronunciaba, lo suyo era un golpe “pacífico y democrático”. Era saltarse las leyes bajo la falacia del “derecho a decidir”, sin añadir que se vulneraba la ley, que no había garantías y que una parte decidía por el todo. El papel de los españoles era el de meros espectadores de la acción “pacífica y democrática” de los golpistas cuya actuación  – titubeante y temerosa a la hora del culminarla- era proclamar la secesión unilateral de una parte del Estado del que forman parte, adjudicándonos a los demás el papel de comparsas.

El respeto a la ley -algunos lo denominan el imperio de la ley- es norma básica en un Estado democrático, como lo es España. Su vulneración es un golpe contra ese Estado y es lo que han hecho los Puigdemont, Junqueras, Forcadell y compañía. Unos golpistas que, vulnerando la legalidad, han delinquido a sabiendas del delito que estaban cometiendo. Son unos golpistas, algunos de pacotilla, como la expresidenta del parlamento de Cataluña que acaba acatando la Constitución y diciendo que el golpe de Estado era simbólico. Pero son eso… golpistas.

(Publicada en ABC Córdoba el 15 de noviembre de 2017 en esta dirección)

Deje un comentario