La existencia de riquezas mineras en España data de muy antiguo. La Biblia (Reyes 10:21-22) habla de los barcos de Tarshish que venían a cargar plata al otro extremo del Mediterráneo en tiempos del rey Salomón. A nuestras costas también llegaban, por entonces, mercaderes fenicios buscando minerales a cambio de tejidos de llamativos colores y ciertas baratijas. Los romanos también explotaron la riqueza minera de Hispania. Una de las zonas donde se encontraban esas riquezas era en la actual Huelva, cuyas piritas han proporcionado a lo largo del tiempo diferentes metales.

Con la llegada de la llamada Revolución Industrial, la necesidad de materias primas llevó a Gran Bretaña a buscar minerales entre ellos el cobre, sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XIX. Esa circunstancia hizo que, el 14 de febrero de 1873 el gobierno de la Primera República vendiera al consorcio empresarial británico Rio Tinto Company Limited la zona donde se encontraba la mayor veta de mineral por noventa y tres millones de pesetas.

Se vendieron no sólo los derechos de explotación minera, también el subsuelo y el espacio aéreo sobre los yacimientos. Significaba de hecho una renuncia a la soberanía del territorio. La presencia de la compañía británica significó un cambio sustancial en la comarca. La minería pasaba a ser la actividad económica más importante, desplazando a las actividades agrícolas y ganaderas que hasta entonces habían tenido la primacía.

Muchos jornaleros pasaron a ser mineros en unas condiciones económicas que no mejoraron su situación, a diferencia de lo que ocurría en otras zonas mineras de Europa. La Rio Tinto Company Limited implantó en la zona un dominio colonial. Era la que daba trabajo, proporcionaba vivienda, suministraba agua, vendía alimentos, gestionaba el ferrocarril y controlaba las escuelas o el hospital de la zona. Incluso vigilaba a la población mediante su propia policía que ejercía labores que correspondían a la Guardia Civil.

Se comportaba como dueña absoluta del territorio, influyendo en la composición de los ayuntamientos. Cuando surgieron conflictos laborales por las penosas condiciones de trabajo el gobierno estuvo al lado de la compañía británica, llegándose al extremo de que tropas españolas dispararon sobre los mineros que pedían aumento de salarios y mejores condiciones de trabajo.

Fue en 1888 y en Huelva se conoce este acontecimiento como «el año de los tiros». El 4 de febrero dos manifestaciones, encabezadas por sendas bandas de música, en las que participaban los mineros y sus familias, llegaron a la plaza de Zalamea la Real. Conminados a disolverse, al no hacerlo tropas del regimiento de Pavía abrieron fuego contra ellos. No sabemos el número exacto de muertos. La compañía británica reconoció que hubo cuarenta y cinco. Entre el vecindario de la zona se sostuvo que fueron más de doscientos.

Sobre tan bochornoso acontecimiento se impuso la ley del silencio y también hubo silencio en los libros de historia. Posiblemente porque aquella matanza se produjo en Huelva y no tuvo lugar en una comarca de Cataluña o en tierras vascongadas. Hoy, cuando la explotación de las piritas de cobre vuelve a ofrecer elevadas rentabilidades, se habla de que un consorcio internacional puede reactivar la actividad minera en la zona. Esperemos que la historia sirva para algo.

(Publicada en ABC Córdoba el viernes 2 de septiembre de 2022 en esta dirección)

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