Aquellos lectores que me honran siguiendo con asiduidad «Desde Simblia» saben que he sostenido en alguna ocasión que las palabras no son inocentes y menos cuando se utilizan en política. Cuando una determinada expresión se repite porque medios tan importantes como, por ejemplo, la televisión pública —en el caso de TVE desde que está en manos de Rosa María Mateo es un instrumento de propaganda progubernamental escandaloso— termina por hacerse habitual en el sentido de que entra a formar parte del vocabulario cotidiano. Ha ocurrido con desescalada —una patada al diccionario, una más, fabricado en la Moncloa— para decirnos que se inicia el proceso de retirada de determinadas situaciones impuestas por el estado de alarma. Pero hay expresiones que van mucho más allá del peligro que suponen las patadas al diccionario. Expresiones como «nueva normalidad», con la que nos obsequiaba en una de sus numerosas y plúmbeas apariciones el presidente del gobierno.

La nueva normalidad es una expresión que encierra un contenido que preocupa. La normalidad anterior al estado de alarma era la realidad en que vivíamos los españoles, que se ha visto profundamente alterada. Se ha limitado, entre otras cosas, nuestra libertad de movimientos o se ha restringido la libertad de reunión, que son derechos básicos en una sociedad democrática, recogidos en nuestra Constitución. A ello se han añadido otras restricciones que no están contempladas en el contenido del estado de alarma, como la censura —hay sobradas muestras de ello como el control, inicialmente establecido por el gobierno para las preguntas en las ruedas de prensa o como la protagonizada por un alto mando de la guardia civil al que se le escaparon públicamente las instrucciones que había recibido del ministerio del Interior y que Grande Marlaska trató de tapar de forma burda—, que ataca gravemente a la libertad de expresión con la excusa de que se procura evitar la difusión de bulos en las redes sociales.

Sánchez Pérez-Castejón parece haberse dado cuenta ahora de que los bulos vienen formando parte consustancial de las redes desde hace años. La diferencia es que ahora resultaban particularmente molestas para el gobierno la difusión de determinadas realidades como que España es el país con más muertos del mundo en proporción a nuestra población —EEUU triplica el número de fallecidos en España, pero tiene siete veces más población que España— o que en España se cuenta mayor número de contagiados del mundo en relación al número de habitantes o el que tienen la cifra más elevada de sanitarios contagiados porque el mando único no les ha dotado hasta mucho más tarde que en otros países de medios adecuados para hacer su trabajo. Los números son muy sufridos y no hay más que ver cómo los proporciona Televisión Española

Cuándo Sánchez Pérez-Castejón habla de nueva normalidad, ¿a qué se refiere? ¿No vamos a volver a la normalidad anterior al estado de alarma, cuando las circunstancias lo aconsejen? ¿Vamos a seguir soportado ruedas de prensa diarias al estilo del programa bolivariano «Aló presidente»? ¿Va a mantenerse la censura cuando las críticas al gobierno se consideren bulos letales? ¿Qué es eso de la nueva normalidad?

Como decíamos al principio las palabras no son inocentes. Menos aún en política. Queremos volver, en la medida de los posible, a la realidad anterior al estado de alarma. Esperemos que la nueva normalidad de la que habla Sánchez Pérez-Castejón sea un engendro lingüístico, uno más. Y que no esconda algo de mucha gravedad.

(Publicada en ABC Córdoba el 9 de mayo de 2020 en esta dirección)

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