Una de las cosas de que se debe huir, bien lo saben los historiadores es de lo que se llama el presentismo histórico. A saber, analizar o someter a consideración hechos e incluso actitudes de otro tiempo con mentalidad de de la época actual.  Las gentes de otras épocas tenían escalas de valores muy diferentes a las nuestras y su actuación respondía a planteamientos diferentes de los nuestros. Los versos de Calderón de la Barca en su Alcalde de Zalamea, obra escrita en la plenitud del siglo XVII, afirmará que “al Rey la hacienda y la vida se han de dar, pero el honor es patrimonio del alma y el alma sólo es de Dios”, tenían plena vigencia en aquella España de Felipe IV, de Velázquez, del conde-duque de Olivares, de don Luis de Haro, de María Calderón, del Cardenal Infante -el que al frente de los tercios acabó con la imbatibilidad de los suecos en Nördlingen-, de Lope de Vega, de Ambrosio de Espínola, de Tirso de Molina, Quevedo, de Isabel de Borbón y tantos y tantos otros. Pero hoy serían una floritura literaria para la inmensa mayoría de la gente. Las gentes de un tiempo dan un respuesta a los acontecimientos de forma y modo muy diferente a como lo hacemos nosotros. En consecuencia tratar de enjuiciar con nuestros planteamientos y parámetros actos protagonizados por quienes vivieron hace siglos constituyen un error, cuando no una perversa malinterpretación de los hechos.

En un libro extraordinario, “Cisneros, el cardenal de España”, Joseph Pérez, premio Príncipe de Asturias de Ciencias, Sociales, afirmaba que el mejor político y una de las mentes más clarividentes de la España de las primeras décadas del siglo XVI era, precisamente, fray Francisco Jiménez de Cisneros -no voy aquí se señalar las razones por las que el hispanista francés hacía esta afirmación-, pero sí señalar que para muchos el cardenal Cisneros significa justo lo contrario. Es considerado un ejemplo de intolerancia, malas formas y fanatismo, principalmente por haber decretado, siendo arzobispo de Granada, la quema de bibliotecas que atesoraban importantes conocimientos del saber musulmán. Joeseph Pérez analiza la trayectoria de Cisneros enmarcándolo en las coordenadas vitales de su tiempo. Quienes le juzgan de otra forma están enjuiciando con mentalidad de otra época diferente a la que al clérigo, que fue regente por dos veces, le tocó vivir. Esto último es presentismo histórico.

Un presentismo histórico que aparece en el informe del secretario del Ayuntamiento de Córdoba sobre la titularidad del que hoy es el templo diocesano cordobés y que le sirve, de forma inadecuada, a la hora de poner en tela de juicio la donación de la que fuera Mezquita aljama de la Córdoba musulmana, hecha a la Iglesia, a raíz de la conquista musulmana de ciudad por el monarca castellano Fernando III. Utilizar criterios legales, propios del siglo XXI, para enjuiciar hechos del siglo XIII es un dislate histórico. Supongo, sólo lo supongo, que el mencionado secretario se cuidaría mucho, también en siglo XXI, de hacer esa interpretación similar, pongamos por caso, ante una consulta de algunos responsables del Daesh, suponiendo también que esas gentes consultaran algo -suelen hacer tabula rasa-, acerca de la ocupación de templos cristianos que fueron convertidos en mezquitas cuando los musulmanes llevaron a cabo su gran expansión militar en los siglos del Medioevo. Intuyo que no se atrevería a cuestionar tales mezquitas ni a tomar párrafos de textos escritos, bajo un ropaje académico, pero que son artículos de opinión.

(Publicada en ABC Córdoba el 19 de marzo de 2016 en esta dirección)

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