Numerosos indicios apuntan a que la lucha contra la pandemia, que ha alterado de forma grave nuestras vidas desde hace más de año y medio, empieza a acorralar al causante de esa situación. Y, aunque se está muy lejos de dar la batalla por concluida, se marcha por la senda correcta, si bien hay que entender que las epidemias -pandemias cuando la enfermedad se extiende por numerosos países y afecta a gran número de personas- no desaparecen con carácter definitivo.

Es más que probable que tengamos que aprender a coexistir con este virus y que la vacuna para buscar inmunizarse sea algo que haya que repetir periódicamente, como ocurre con otros virus que, al mutar, requieren de una vacunación periódica. Me parece muy importante que nos hagamos a la idea de que la situación va a ser esa, porque hemos visto, poco menos que escandalizada, a mucha gente cuando se conocía la muerte de alguna persona vacunada.

Las vacunas no consiguen la inmunidad total. Si a ello añadimos que hay un porcentaje no pequeño de los llamados negacionistas, a los que se suman los ‘antivacunas’, las posibilidades de que la epidemia deje de serlo se reducen. Se suma a ello el que, al tratarse de una pandemia, es imprescindible que la vacunación llegue a todos los países y las diferencias en los niveles de vacunación entre unos países y otros, son sangrantes.

En Córdoba la situación ha mejorado en las últimas semanas de forma espectacular; pasándose de una incidencia cercana a los 200 casos por cada cien mil habitantes a menos de 50. Pero preocupan y mucho los llamados rezagados. Unos lo son por desidia y otros por convicción. No es de extrañar que se hayan montado numerosos puntos de vacunación, en los que no se necesita cita previa, para recibir la correspondiente dosis, pero los progresos son escasos. Es una lucha con los reticentes o con los más jóvenes donde la incidencia de la enfermedad es menor y por lo tanto ha creado menores angustias y hay menos preocupación. En esos ámbitos los porcentajes de los nos vacunados son todavía elevados y las posibilidades de contagio -la inmunidad total no existe- a grupos con más riesgo es una realidad. Por eso se redoblan esfuerzos con los rezagados.

En países de nuestro entorno, el caso de Francia es revelador, sus gobiernos han tomado medidas contra quienes se resisten a vacunarse y ejercen determinadas profesiones. Quienes así actúan son muy libres de hacerlo, pero han de asumir las consecuencias que se derivan de su decisión y eso es algo que, en una sociedad tan permisiva como la actual, muchos no lo han asimilado. Las decisiones tienen consecuencias. Deben saberlo los rezagados.

(Publicada en ABC Córdoba el 2 de octubre de 2021 en esta dirección)

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